Publicado el 14 de junio de 2020

Tomaso Ferrando

Phd en Derecho por la Universidad de Sciences Po de Francia, con estancias de investigación en la Universidad de Hardvard, Sao Paulo y Cap Town. Profesor de Derecho de la Universidad de Antwerpen, Bélgica. 

Agradecemos al autor por la autorización otorgada para la traducción del artículo, originalmente publicado bajo el título Let’s not be fooled: There’s nothing external & symmetrical in the global economic downturn, publicado en la página web: https://criticallegalthinking.com/

Traducción realizada por Daniel Quiñonez Oré y Paul Abanto Merino.

No nos dejemos engañar: La recesión económica es parte del modelo económico actual y no afecta a todos por igual

El 23 de enero, el confinamiento de 60 millones de personas en la provincia de Hubei, donde CNBC calculó que casi el 80% del Producto Interno Bruto chino se genera, ya había asestado un duro golpe a la oferta global de bienes. Durante todo el mes de febrero, las cadenas de suministro mundiales que dependen de los insumos chinos se desaceleraron, redirigiendo las estrategias de adquisición, no pudiendo cumplir con la reposición de bienes y viéndose obligadas a aplazar las fechas de entrega inicialmente pactadas.

Hacia finales de febrero, cuando la intensidad del contagio comenzó a hacerse evidente en Italia y el resto de Europa, la ola económica a corto plazo generada por la pérdida en la oferta china desencadenó un tsunami a largo plazo que combinó elementos de una oferta global decreciente, empobrecimiento y caída rápida de la demanda. En reacción a la amenaza, los gobiernos en todos los ámbitos implementaron “medidas de confinamiento”, la única medida para garantizar cierto grado de distanciamiento social y reducir la presión sobre los sistemas de salud (a menudo con poco financiamiento y preparación). Al momento de escribir este artículo, más de tres mil millones de personas están bajo medidas de emergencia adoptadas para reducir la propagación del virus. Sin embargo, las medidas de confinamiento han transformado la amenaza biológica en una gran tormenta social y económica.

En todo el planeta, millones de personas están perdiendo sus empleos y su fuente de ingresos a un ritmo sin precedentes. Tanto los empleados como los trabajadores independientes, después de solo unas pocas semanas de encierro, vienen enfrentando desalojos, inseguridad alimentaria, pérdida de sustento económico, violencia doméstica y un conjunto de condiciones que pueden conducir a la inestabilidad social y la proliferación de disturbios. Además, las personas que no contaban con trabajo, que dependían de sus familias, de las donaciones de alimentos, y que se mantuvieron bien por el apoyo de redes de voluntarios, etc., han visto cómo sus vidas eran totalmente trastocadas. Por otro lado, las empresas cuyos productos no cuentan con demanda o que han sido obligadas a cerrar sus operaciones, corren el riesgo de incumplir el pago de sus préstamos, perder el acceso al mercado, utilizar sus reservas y alcanzar una situación financiera que dificultará su recuperación una vez que sean levantadas las medidas de confinamiento. El número de muertes por el virus puede parecer insignificante frente al desempleo a largo plazo, la inseguridad socioeconómica y la intensificación de la desigualdad al interior de los Estados y a nivel internacional.

La necesidad de una intervención pública, rápida y significativa en la economía no ha pasado desapercibida. Jefes de Estado, ministros de economía, altos funcionarios de bancos centrales y regionales, académicos y expertos de todo el mundo coinciden en que no hay espacio para el bootstrapping[1] y que las autoridades públicas deben encontrar un remedio para las consecuencias socioeconómicas individuales y colectivas de la pandemia. En el Norte Global, la intervención pública está llegando y potencialmente superará la inyección de liquidez posterior a lo que sucedió en el caso Lehman Brothers[2].

En los Estados Unidos, por ejemplo, el paquete de estímulo a causa del coronavirus de $ 2 billones suscrito el 27 de marzo incluyó un pago directo de $ 1200 a individuos, asistencia adicional para personas en situación de desempleo, $ 549 millones para el Programa de Asistencia Alimentaria de Emergencia, $ 77 mil millones en subvenciones, préstamos o garantías de préstamos a la industria de las aerolíneas, y un programa de préstamos de $ 500 mil millones a favor de las empresas y fabricantes de Main Street. En la Unión Europea (UE), se ha prometido una intervención coordinada, pero esta aún no se ha materializado. Los Ministros de Economía de la UE y la Comisión Europea han acordado que se cumplan las condiciones para activar la «cláusula de escape general» y permitir que los Estados miembros puedan apartarse de los requisitos presupuestarios que normalmente se aplicarían en el marco fiscal europeo. El Banco Central Europeo ha anunciado un plan de € 750 mil millones para comprar bonos de los Estados. Se está llevando a cabo la Iniciativa de Inversión Corona Response por el valor de € 37 mil millones para apoyar nuevas infraestructuras. El Mecanismo Europeo de Estabilidad ha anunciado su intención de prestar sus 410 000 millones de euros a los Estados miembros, aunque todavía no se ha alcanzado un acuerdo sobre los procedimientos y sus implicancias. Por el momento, los países de manera individual están tratando de estructurar sus propios paquetes de rescate y recurrir a diferentes modalidades de garantías estatales, préstamos garantizados y medidas fiscales para evitar la posibilidad del colapso social. En ambos lados del Atlántico, el objetivo es absorber el impacto y dejar que la economía prospere nuevamente una vez finalizado el actual contexto.

El tamaño de los estímulos económicos es significativo y está justificado por el rápido desmoronamiento de las economías de todo el mundo. Sin embargo, el pánico generado por las implicancias de la emergencia puede nublar nuestra mirada y evitar que hagamos preguntas sobre los fundamentos, implicancias y la importancia en la manera en que vemos la recesión económica y sus posibles soluciones. Esto es cierto a nivel regional, pero también a nivel mundial en donde las economías están globalmente interconectadas. Si estuviéramos en el Titanic, los encargados de formular políticas y asesores económicos de la UE y EEUU no serían los aristócratas adinerados que se apresuraban hacia los botes salvavidas, estarían sentados en la cubierta del barco, después del accidente, alegando que el ruido ha sido solo un shock, ofreciendo incentivos financieros a todos los pasajeros (personas o empresas por igual) para que vuelvan a bailar, comer, apostar y disfrutar del viaje. Antes de que se suban a los botes salvavidas, por supuesto. ¿Cómo es posible que, una vez más, una crisis no nos enseñe nada sobre los límites inherentes y sistémicos de nuestro sistema económico? ¿Cómo es posible que, después de Lehman Brothers, Occupy Wall Street y los reclamos dirigidos a que el dinero público no hubiese contribuido a reforzar una economía fracasada, seamos incapaces de darnos cuenta de que nuestra economía está en un tren de alta velocidad dirigido hacia una catástrofe social y ambiental? La respuesta es simple: debemos pretender que esta vez «las cosas sean diferentes».

Si el shock es externo, una vez que lo arreglemos, todo estará bien.

Para aquellos que tuvieron la oportunidad de leer algunas de las declaraciones de expertos financieros de EEUU y de la UE, todos parecen haber aprendido el mismo discurso base: la crisis actual no tiene nada que ver con la crisis financiera de 2008. Hace doce años, la economía fue subvertida por el riesgo sistémico derivado de un shock interno que golpeó a los países de manera asimétrica. Como se manifiesta en la carta que el Presidente del Eurogrupo escribió el 24 de marzo al Presidente del Consejo Europeo, la narrativa de hoy es que el mundo enfrenta un evento externo que no está vinculado con los fundamentos del mercado y la economía (es decir, exógenos), lo cual afecta a todos los países de la misma manera (es decir, simétrico) debiéndose abordar a través de una reacción rápida y colectiva dirigida a restablecer el statu quo.

Similar a una pandemia biológica, el terremoto económico se define como una crisis producida por un choque externo; es decir, como el cambio repentino e inesperado que es la consecuencia de un elemento exógeno que empujó a la economía global fuera de su ciclo «normal». Tanto el virus trasmitido por los murciélagos hacia los humanos, como las medidas de confinamiento adoptadas por países enteros que rompen el equilibrio de la cadena de suministro global, son descritos como eventos inesperados e impredecibles. Interrupción del tiempo de paz (momentos de crisis como una guerra o una invasión) que deben combatirse hasta que se recupere el equilibrio y la prosperidad.

Una vez que la responsabilidad de la crisis económica se asigna a los cambios inesperados que tuvieron lugar fuera del sistema económico, se activan tres procesos intelectuales conectados:

  • En primer lugar, suponemos que la economía está completamente separada de la sociedad y del planeta, como si lo que sucede en los sistemas sociales y ambientales (incluido el cambio climático, los desastres que involucran peligros naturales, guerras, etc.) se encuentre separado de la economía, como si esta fuese la simple organización de los factores de producción.
  • En segundo lugar, estamos invitados a encontrar soluciones y propuestas para internalizar y corregir el shock externo en lugar de explorar los defectos subyacentes de la economía y la manera en que contribuyó a la propagación del shock. Si bien se da cuenta de que la desaceleración económica está intensificando las vulnerabilidades de algunas personas, la creencia principal es que este problema se solucionará una vez que la máquina económica vuelva a la normalidad.
  • Finalmente, cuando definimos un shock como externo e imprevisto, aceptamos la retórica de que necesitamos soluciones para volver a una «normalidad» más resistente basada en el uso más eficiente de los recursos. Solo necesitamos volver a la condición económica anterior al Covid – 19; aplicar las mismas premisas y objetivos e internalizar el riesgo de cómo se puede propagar la pandemia y cómo podemos evitar el contagio (algoritmos, drones, distanciamiento social a largo plazo, etc.). El riesgo de apuntar a una economía pre-coronavirus biológicamente más resistente es que normalizamos y descartamos los conflictos, tensiones, desigualdades, fragilidades, vulnerabilidades e injusticias interseccionales que agujerearon la “normalidad”. Nos convencemos de que el Covid-19, como el iceberg del Titanic, es la causa de la crisis. No la forma en que se ha estructurado el bote (uso eficiente de camas en hospitales y logística justo a tiempo), la velocidad a la que iba (el creciente nivel de deuda y financiarización de las economías), la falta de bote salvavidas (camas vacías en cuidados intensivos, un sistema alimentario autosuficiente, suficientes suministros médicos y empresas capaces de producirlos), la división jerárquica en clases y la posibilidad de encerrar a las personas tras las rejas, etc.

Las implicancias de lo señalado son claras en las medidas adoptadas en los EEUU y en las propuestas elaboradas por los Estados miembros de la UE: fondos dirigidos al sistema de atención médica para comprar el material que se necesita a efectos de enfrentar el aumento de las hospitalizaciones; dinero temporal para apoyar el desempleo; líneas de crédito a corporaciones para superar el shock de oferta y demanda; bonos temporales de inversión para garantizar la supervivencia de las industrias durante el cierre; suspensión temporal del pago de hipotecas y deudas. Todas estas medidas abordan la situación actual como un paréntesis temporal y desafiante en un viaje socioeconómico próspero y vigoroso que funciona bien. Sin embargo, ¿Estamos seguros de que el choque fue externo? ¿Realmente creemos que las condiciones internas del statu quo socioeconómico no tuvieron nada que ver con la rápida propagación de la crisis biológica y económica?

El Covid-19 es la mutación de un virus presente en animales salvajes que infecta a los seres humanos. Como tal, se ha caracterizado como exógeno a nuestra sociedad. Sin embargo, si consideramos las circunstancias en las que tuvo lugar la transmisión del virus, nos vemos obligados a reconsiderar esta suposición. El virus, según la reconstrucción más amplia, fue transmitido a un humano por un animal mantenido en cautiverio en un mercado de venta de alimentos al aire libre de Wuhan. El brote pandémico en un espacio, el mercado de alimentos, que es una parte integral de las sociedades humanas y que representa una manera específica en que la humanidad valora y trata a los animales. Jaulas. Confinamiento. Dominación. No hay nada externo en la forma en que las personas ven y tratan a la naturaleza y a los animales. De hecho, no hay externalidad cuando consideramos la relación indescifrable entre la sociedad y la naturaleza en las teorías económicas, donde el capitalismo o el socialismo simplemente definen la relación entre las dos. Cuando definimos al Covid-19 como algo externo a nuestra sociedad y sistema económico, creamos límites imaginarios que no reflejan la centralidad de los animales y la naturaleza (junto con el trabajo humano, el capital, etc.) en su estructuración. Cuando definimos la pandemia como exógena, pasamos por alto las interconexiones socio-ecológicas que subyacen a la economía y, la necesidad, de repensar el enfoque humano sobre la naturaleza en general.

Además, la difusión de la pandemia y la manera en la que se extendió por todo el planeta está incrustada en las decisiones políticas que se tomaron (o no) y que a menudo se justificaron por la necesidad de proteger la productividad y la competitividad. La propagación del contagio (tamaño e intensidad) es el resultado no del virus en sí, sino de los procesos políticos endógenos y de las decisiones económicas. En segundo lugar, la intensidad del choque económico está indudablemente relacionada con la forma y características del capitalismo global en la cadena de suministro como un conjunto de actores, geografías, leyes y recursos interconectados, interdependientes y muy frágiles. Además, la fragilidad económica de las economías nacionales está claramente entrelazada con el alto nivel de endeudamiento, la promoción de prácticas comerciales expansivas apalancadas por los préstamos y la búsqueda continua de crecimiento económico. Afirmar que la crisis económica es externa significa ignorar el papel que las estructuras socioeconómicas, las reglas y las estrategias comerciales tienen para absorber o repeler los efectos de las medidas de confinamiento y su atraso.

El Covid-19 como nivelador económico simétrico: todos somos golpeados de la misma manera (¿o no?)

Si el choque es simétrico, los libros de economía nos enseñan que afectará a todas las regiones o sectores por igual. Las recesiones mundiales, por ejemplo, pueden tener un efecto uniforme en toda una región o sector. Como una amenaza biológica que se está extendiendo rápidamente por todo el mundo y ha provocado consecuencias similares (aumento de pacientes en cuidados intensivos, necesidad de más equipos médicos, crisis de oferta y demanda, etc.) y ha dado lugar a respuestas similares (medidas de confinamiento y distanciamiento social, aislamiento, etc.), la corona-crisis se define como económicamente simétrica. Estamos en esto todos juntos y todos los países deben contribuir a detener la pandemia biológica y preservar la economía. Una vez más, esta tendencia a universalizar el enfoque “una única posición para todos” de la crisis como un nivelador que requiere esfuerzos coordinados tiene importantes repercusiones intelectuales que define la búsqueda de soluciones.

A nivel macro, la idea de una crisis simétrica descarta el hecho de que los sectores que dependen particularmente del flujo continuo de las cadenas de suministro mundiales se hayan visto más afectados que otros. Wuhan, donde comenzó el brote, es el epicentro planetario de los sectores automotriz y electrónico: su cierre a fines de enero ya había impactado estas cadenas de valor y producido efectos dominó en todo el mundo. Al mismo tiempo, la idea de la crisis como una versión contemporánea de la “Gran Inundación” que afecta a todas las economías de la misma manera olvida mencionar esos sectores (como logística, distribución, servicios digitales, producción de dispositivos médicos, inversores financieros, quienes se cubrieron o apostaron contra el Covid-19 como un “cisne negro”, etc.) que se están beneficiando de la crisis.

Además, la noción de un choque simétrico no reconoce que los sistemas de salud de los países se ven afectados de manera diferente dependiendo de la cantidad de recursos, infraestructuras, personal, etc., que se encuentre disponible. Al igual que los seres humanos, también las economías pueden tener anticuerpos listos para resistir el virus. Los sistemas de salud sólidos, bien organizados y accesibles que pueden hacer frente a la difusión del virus reducen el impacto del shock tanto en la población como en las finanzas públicas. Del mismo modo, las redes de soporte y apoyo generalizadas para hogares e individuos, los planes de desempleo, los sistemas alimentarios autosuficientes y activos son elementos estructurales que pueden limitar el contagio económico. Este es el caso dentro de cada país, así como también a nivel regional.

Por lo tanto, las dificultades generadas por el coronavirus en Italia y España, dos de los países que más fueron afectados por las medidas de austeridad impuestas por la Unión Europea en 2011, no pueden descartarse como un hecho geográfico o cultural, sino que deben vincularse con la falta de infraestructuras médicas, el miedo a paralizar una economía altamente endeudada y la dificultad con la que los gobiernos pueden acceder a más créditos. Del mismo modo, la difusión (del virus) en el Reino Unido debe vincularse tanto con la respuesta no preparada del Gobierno como con una década de gobiernos conservadores que han empobrecido el Sistema Nacional de Salud y han reducido el esquema de beneficios públicos. Y no hay duda de que el costo social y económico será aún mayor en los países del Sur Global que se han empobrecido estructuralmente, que se mantienen bajo el yugo de la deuda internacional y donde el acceso a los tratamientos depende de la condición financiera de las personas, de la situación económica o la posibilidad de contar con un seguro.

A nivel micro, la idea de que todos estamos en el mismo barco, o todos inundados, hace que pasemos por alto los patrones de discriminación, marginación y subordinación que ya caracterizaban nuestras economías antes de Covid-19. “Todos estamos encerrados”. «Todos estamos luchando». «Todos vamos a ser mejores». Estas son algunas de las frases que circulan en las redes sociales y se cuelgan de los balcones de todo el planeta. Sin embargo, ¿Estamos todos en la misma situación? Estoy sentado en mi escritorio con una buena conexión a Internet que me permite dar clases en línea. El departamento donde vivo en la capital de un país europeo que no está padeciendo de unidades de cuidados intensivos colapsadas, tiene grandes ventanas que me permite ver el sol. Tengo un contrato de trabajo que no se ha visto afectado por el cierre de la universidad para la que trabajo y el salario que recibo me da la seguridad de pagar el alquiler el primer día de cada mes.

Sin duda, podría perder mi trabajo si no se inscribieran más estudiantes en la Universidad en los próximos años, pero esta es una oportunidad muy remota. ¿Estoy en esta crisis de la misma manera que los médicos, enfermeras y hogares que han sido afectados directamente por el virus? ¿Y qué hay de las personas que tienen que ir a trabajar y exponerse al riesgo de contagio, las que perdieron sus trabajos, las que no tienen acceso a internet, las que no pueden aislarse por sí mismas, las que van a incumplir con el pago del alquiler, la hipoteca o cualquier otra deuda que se le venga encima? Mi posición socioeconómica a la crisis no tiene nada que ver con la de los trabajadores del sector informal, los trabajadores de las fábricas de las cadenas de suministro mundiales que han cancelado sus pedidos, las personas sin seguro médico en los países donde hay que pagar para recibir tratamiento médico, los prisioneros y refugiados tras las rejas a pesar de los riesgos que significa ello para su salud física y mental.

La crisis no es simétrica porque la pandemia se está extendiendo a los hogares y países caracterizados por condiciones asimétricas previas al virus. El tsunami económico y de salud no está afectando a los países de la misma manera porque no son igualmente capaces de absorberlo. No está afectando a las personas de la misma manera porque no todos estábamos en la misma condición social, económica y cultural cuando se declaró la emergencia. Debido a que las condiciones no eran simétricas para empezar, la crisis económica no está afectando nuestro presente por igual y, por lo tanto, tendrá impactos enormemente desiguales en nuestro futuro. Entonces, ¿Por qué estamos hablando de una crisis simétrica? Esto puede explicarse porque la idea de simetría, en línea con la exogeneidad, es funcional a un discurso que coloca la responsabilidad fuera del sistema y descarta cualquier consideración de las causas fundamentales que se encuentran dentro.

La simetría y la externalidad refuerzan la narrativa de que el objetivo de la política es absorber el impacto para volver a la normalidad. Descartan los reclamos de una economía diferente que no sea muy frágil y desigual. Nos consuelan en la percepción de que golpear el iceberg no era una razón para repensar la forma de construir y conducir botes. En cooperación con el vocabulario de la guerra, estamos convencidos de la existencia de un enemigo allá afuera (ya sea visible o invisible, no importa). Se nos pide que peleemos juntos. Luchar juntos para sufrir juntos. Para ganar juntos. Pero no lo somos. Nuestros futuros no lo son. Y, a menos que cambiemos radicalmente nuestra comprensión de la crisis económica y las respuestas que formulemos, estaremos aún más separados.

Cambiar la perspectiva como primer paso para cambiar las soluciones

Hace unos días, se proyectó una frase en un edificio de Santiago de Chile: «No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”. Esta oración resume la necesidad de un cambio en la forma en que enfrentamos y nos involucramos con la crisis económica creada por la rápida transmisión del coronavirus y los intentos de los países de limitar el contagio mediante el confinamiento de personas y el cese de actividades empresariales. El Covid-19 no es un enemigo externo que ha creado la fragilidad de las vidas y las estructuras económicas en el contexto del capitalismo financiero hiper acelerado. Al igual que la quiebra de los Lehman Brothers, el coronavirus ha revelado los cimientos inestables e injustos del mundo contemporáneo. Un mundo en donde el año 2019 representó el mejor año para los mercados financieros desde la crisis de 2008 y, sin embargo, se derrumbó a primera vista de una desaceleración.

Si no queremos volver a la «normalidad» de un mundo injusto social, económico y ambiental (es decir, ecológicamente), no podemos aceptar la idea de que estamos experimentando un choque exógeno y simétrico. No podemos aceptar que las luchas de miles de millones de personas en todo el mundo sean transitorias y contingentes. Tenemos que rechazar la narrativa de que «todo estará bien una vez que termine la amenaza biológica», porque nada estaba bien antes de que Covid-19 saltara de animales a humanos. Tenemos que reconocer el papel que la interdependencia de las cadenas de suministro, la privatización de los servicios públicos, la falta de redes de seguridad adecuadas, la precariedad laboral, la dependencia sin precedentes del crédito, el dinero barato, el extractivismo y la individualización han desempeñado en la construcción de un mundo donde el aleteo de mariposas en Wuhan puede desencadenar un tsunami socioeconómico nunca antes experimentado.

Al utilizar políticas fiscales y monetarias para absorber el impacto y volver a los negocios, estamos negando la gravedad del problema. Necesitamos mirar hacia adentro. Para comprender y evaluar las causas endógenas de la inestabilidad y la desigualdad que existían antes de la pandemia, podemos pensar en una sociedad que sea verdaderamente regenerativa y resistente. Tenemos que darnos cuenta de que las desigualdades pasadas afectan las respuestas actuales al virus y contribuyen a generar futuros divergentes para los Estados, las personas y el planeta. Tenemos que aceptar que no hay nada excepcional o único en la situación que experimentan las personas y las economías de todo el mundo. Tenemos que movilizarnos para obtener respuestas a corto plazo que garanticen la atención mental y física a nivel global. Tenemos que organizarnos en torno a visiones políticas a largo plazo que rechacen la manera en la que se ha venido conduciendo la economía.

El viaje hacia un cambio de la relación entre las personas, el planeta y la economía no será fácil. En muchas partes del mundo, las personas presencian la militarización, el autoritarismo, la violencia estatal y el uso del virus se presenta como una oportunidad para intensificar el control, la jerarquía, el capitalismo y la dominación. Mientras tanto, la última semana en ambos lados del Atlántico también ha demostrado que lo imposible puede ser posible cuando existe la voluntad política. Un gobierno republicano y de intervención anti-estatal en los Estados Unidos aprobó el mayor estímulo público en la historia del país y obligó a un fabricante de automóviles a producir ventiladores invocando una legislación. La Comisión Europea flexibilizó las normas presupuestarias que se habían utilizado hace solo nueve años para disciplinar, sancionar y subyugar a Estados miembros como Grecia, Italia, España y Portugal.

¿La pretensión de un choque simétrico y externo se convertirá en otra oportunidad para reforzar las divisiones geográficas, económicas y culturales, así como ampliar la brecha abismal que se ha construido durante siglos de colonialismo e imperialismo? ¿O seremos capaces de resaltar la desigualdad histórica, presente y futura que el Covid-19 ha revelado para hacer lo único que importa: imaginar un mundo donde lo imposible se haga posible, donde se aborde la verdadera emergencia concerniente a la extinción climática y en donde las condiciones se encuentren en su lugar para que las fragilidades sociales y económicas no agraven los efectos de las amenazas biológicas?

[1] NT:  La palabra inglesa bootstrapping es generalmente un término utilizado para describir el arranque, o proceso de inicio de cualquier ordenador. Suele referirse al programa que arranca un sistema operativo.

[2] NT: Se hace referencia a la inyección de liquidez en el marco de la crisis económica del 2008 que se realizó al banco Lheman Brothers.